Los bioplaguicidas obtenidos de hongos, insectos u otras plantas, están empezando a reemplazar los pesticidas químicos a manera de mantener los cultivos libres de insectos, sin costes ambientales significativos.
Si bien los plaguicidas químicos son más baratos y son expertos en aniquilar millones de insectos en poco tiempo, los costes sanitarios y ambientales son muchos, además de que con el paso del tiempo las plagas han desarrollado una resistencia contra ellos, lo cual ha desembocado en una guerra tóxica en los campos.
Es por ello que poco a poco se ha ido
apostando a los bioplaguicidas, aprovechando la armería que nos regala
la naturaleza en las bacterias, hongos y plantas, y que nos permite
reorientar estrategias para proteger los cultivos.
Particularmente, los hongos han
demostrado ser verdaderos mercenarios agrícolas. Con el tratamiento
adecuado, las esporas fúngicas pueden reducir ejércitos de insectos;
billones de células llamadas “conidios” del hongo Metarhizium anisopliae, fueron
pulverizadas en una solución con aceite mineral para debilitar las
langostas que devoran los cultivos en África. Se estima que un 80% de
los insectos fumigados muere en un lapso de una a tres semanas.
La mezcla resultó ser más que amable con
otras especies, ya que otros animales resultaron ilesos. El hongo
infectó solamente a las langostas hasta extinguirlas en los cultivos,
situación que hubiese sido posible hasta una tercera o cuarta aplicación
de cualquier pesticida químico.
Desgraciadamente, los costos de producción de estos bioplaguicidas aún no se han balanceado de tal forma que represente una opción en el mercado para los agricultores, por lo que un grupo de científicos del Departamento de Agricultura de los EEUU, se encuentra experimentando con métodos de fermentación más baratas, utilizando materias primas menos costosas (pero igual de efectivas) como la harina de soja y la semilla de algodón.
[Co.Exist]
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