lunes, 6 de febrero de 2012

Diez preguntas incómodas




¿Quién dijo que la vida en sociedad es una irremediable colisión de opuestos y que la única posibilidad es elegir uno u otro extremo de la confrontación? ¿Quién dijo que ante cualquier asunto no puede haber una multiplicidad de matices y de opciones, incluida la de no inmiscuirse?
¿Por qué no es conveniente expresar mi desacuerdo con un amigo, si lo tengo, o mi acuerdo con aquel a quien no aprecio, si de hecho concuerdo con su postura frente a un tema? ¿Por qué debo callar mi criterio, que sería mentir, solo para para “favorecer” a quien estimo? ¿Generan la amistad o el aprecio compromisos de ayuda mutua que están por encima de la honestidad y la ética personal?
¿Cuándo las adhesiones se hicieron necesariamente absolutas? ¿Por qué no puedo estar de acuerdo o en desacuerdo con ambas partes? ¿Desde cuándo elogiar algo o a alguien significa un ataque automático a su contrario? Si concuerdo en cierto tema con los israelitas, ¿me estoy de hecho oponiendo a los palestinos? ¿Por qué?
¿Qué tiene de censurable no ser incondicional de nada ni de nadie? Si decido no seguir alguna causa o a un líder y regirme únicamente por el norte que marcan los principios y la personal decencia, ¿en qué momento esa postura dejó de ser una limpia expresión del libre albedrío?
¿Qué pasa si he decidido no ser un oportunista, no engañar a los demás proponiéndoles falsos sueños que al final solo favorecen mi  interés personal, pero tampoco permitir que me usen los oportunistas que venden falsos sueños para su único beneficio? ¿Soy por esta razón un descreído, un desesperanzado o un iluso?
¿Quién dijo que las llamadas causas colectivas son más importantes que las metas personales? ¿Por qué se considera desprendidas a las personas que sacrifican su intimidad, su familia, sus sueños o sus sentimientos por algo que atañe al conjunto de la sociedad? ¿No se supone que, si la causa es justa y correcta, debe servir para expresar mi individualidad en lugar de constreñirla y someterla al sacrificio? ¿Hay buenas causas sin individuos plenos?
¿Qué tiene de malo si disfruto los procesos más que los resultados? Si no soy capaz de gozar los procesos, por duros y difíciles que estos puedan ser, ¿cómo voy a ser capaz de gozar el resultado?
¿Hasta dónde las mentiras y los silencios convenientes que mandan los buenos modales en sociedad no tienen a largo plazo consecuencias más nefastas que la verdad inconveniente y dicha a la cara? ¿No nos estarán los niños dando una lección con su sinceridad desaprensiva?
¿Es cierto que el único camino para estar actualizado es leerse el último libro, haber visto la última película, repasar el periódico de hoy o saber usar el último artilugio de la tecnología? ¿Acaso no se encuentran en el pasado herramientas imprescindibles para vivir los riesgos del presente y, casi seguro, los del futuro? ¿No hay en los clásicos griegos, en la crónica del alma humana escrita por Dante o en los tormentosos personajes de Tolstoi, por ejemplo, actualísimas reflexiones de lo que somos ahora mismo?
¿Bajo la promesa de quién comenzó usted a leer esta columna esperando que aclarara sus dudas o que le diera respuestas? ¿Por qué encontrar respuestas es más deseable que formular preguntas? Y, llegados a este punto, ¿qué le impide a usted ayudarme ahora a encontrar mis (puede que nuestras) respuestas?

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