¿Quién dijo que la vida en sociedad es una irremediable colisión de opuestos y que la única posibilidad es elegir uno u otro extremo de la confrontación? ¿Quién dijo que ante cualquier asunto no puede haber una multiplicidad de matices y de opciones, incluida la de no inmiscuirse?
¿Por qué no es conveniente expresar
mi desacuerdo con un amigo, si lo tengo, o mi acuerdo con aquel a quien
no aprecio, si de hecho concuerdo con su postura frente a un tema? ¿Por
qué debo callar mi criterio, que sería mentir, solo para para
“favorecer” a quien estimo? ¿Generan la amistad o el aprecio compromisos
de ayuda mutua que están por encima de la honestidad y la ética
personal?
¿Cuándo las adhesiones se hicieron
necesariamente absolutas? ¿Por qué no puedo estar de acuerdo o en
desacuerdo con ambas partes? ¿Desde cuándo elogiar algo o a alguien
significa un ataque automático a su contrario? Si concuerdo en cierto
tema con los israelitas, ¿me estoy de hecho oponiendo a los palestinos?
¿Por qué?
¿Qué tiene de censurable no ser
incondicional de nada ni de nadie? Si decido no seguir alguna causa o a
un líder y regirme únicamente por el norte que marcan los principios y
la personal decencia, ¿en qué momento esa postura dejó de ser una limpia
expresión del libre albedrío?
¿Qué pasa si he decidido no ser un
oportunista, no engañar a los demás proponiéndoles falsos sueños que al
final solo favorecen mi interés
personal, pero tampoco permitir que me usen los oportunistas que venden
falsos sueños para su único beneficio? ¿Soy por esta razón un
descreído, un desesperanzado o un iluso?
¿Quién dijo que las llamadas causas
colectivas son más importantes que las metas personales? ¿Por qué se
considera desprendidas a las personas que sacrifican su intimidad, su
familia, sus sueños o sus sentimientos por algo que atañe al conjunto de
la sociedad? ¿No se supone que, si la causa es justa y correcta, debe
servir para expresar mi individualidad en lugar de constreñirla y
someterla al sacrificio? ¿Hay buenas causas sin individuos plenos?
¿Qué tiene de malo si disfruto los
procesos más que los resultados? Si no soy capaz de gozar los procesos,
por duros y difíciles que estos puedan ser, ¿cómo voy a ser capaz de
gozar el resultado?
¿Hasta dónde las mentiras y los
silencios convenientes que mandan los buenos modales en sociedad no
tienen a largo plazo consecuencias más nefastas que la verdad
inconveniente y dicha a la cara? ¿No nos estarán los niños dando una
lección con su sinceridad desaprensiva?
¿Es cierto que el único camino para
estar actualizado es leerse el último libro, haber visto la última
película, repasar el periódico de hoy o saber usar el último artilugio
de la tecnología? ¿Acaso no se encuentran en el pasado herramientas
imprescindibles para vivir los riesgos del presente y, casi seguro, los
del futuro? ¿No hay en los clásicos griegos, en la crónica del alma
humana escrita por Dante o en los tormentosos personajes de Tolstoi, por
ejemplo, actualísimas reflexiones de lo que somos ahora mismo?
¿Bajo la promesa de quién comenzó
usted a leer esta columna esperando que aclarara sus dudas o que le
diera respuestas? ¿Por qué encontrar respuestas es más deseable que
formular preguntas? Y, llegados a este punto, ¿qué le impide a usted
ayudarme ahora a encontrar mis (puede que nuestras) respuestas?
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