Resulta mucho más fácil emprender
viajes astrales, practicar la clarividencia y semejantes empresas metafísicas
si el individuo se ha preparado previamente sobre una base adecuada. El
entrenamiento metafísico necesita práctica, reiterada y constante. No es
posible, con sólo leer unas pocas instrucciones, ponerse inmediatamente, y sin
ninguna ejercitación, a viajar por el astral en largas excursiones. Hay que
ejercitarse sin cesar un momento.
Nadie puede esperar que brote un
jardín sin que se hayan plantado semillas en un suelo preparado. No sería usual
ver una hermosa rosa crecida sobre una piedra granítica. Por eso mismo, está
claro, no se puede esperar obtener la clarividencia, ni cualquier arte oculta,
que florezca en nosotros cuando la mente está cerrada a cal y canto, con
nuestro cerebro en continuo alboroto de pensamientos mal ligados entre sí. Más
adelante trataremos con más extensión de la quietud, ya que en nuestros días
una batahola de pensamientos insignificantes y el continuo estrépito de la
radio y la televisión, en realidad ahogan nuestros talentos metafísicos.
Los sabios antiguos nos predicaban:
«Estad callados y conoced que Yo estoy dentro de vosotros». Estos sabios
dedicaban casi la vida entera a la investigación metafísica, antes que escribir
una sola palabra sobre el papel. Además, se retiraban a parajes solitarios,
donde no resonasen los ruidos de la llamada civilización; sitios libres de toda
distracción, donde no se podían llenar ni baldes ni botellas. Nosotros tenemos
la ventaja de que nos podemos beneficiar de las experiencias que aquellos
antiguos realizaron en vida, y de las ventajas de que disfrutaron, sin tener
que gastar la mayor parte de nuestra vida estudiando. Si sois espíritus serios
— y si no lo fueseis no leeríais este libro — necesitáis prepararos para
estar dispuestos al rápido desarrollo de vuestras facultades y al conocimiento
del mejor camino para realizar, ante todo, la distensión.
Pocas personas conocen el sentido de
la palabra «relajamiento», o distensión. Muchos piensan que arrellanándose en
una butaca ya basta; pero no es así. Relajarse significa que todo nuestro
cuerpo sea flexible. Hay que estar seguro de que todos los músculos se
encuentran libres de toda tensión. Lo mejor es estudiar cómo hacen los gatos
cuando están en perfecto reposo. El gato llega, da unas pocas vueltas y se deja
caer como un bulto inerte, más o menos informe. El gato no se molesta por si
algunos pocos centímetros de su pierna quedan al descubierto, ni si su aspecto
es poco elegante; simplemente, se echa a reposar y todo su pensamiento se cifra
en la relajación. Un gato puede dejarse caer al suelo y quedarse al instante
dormido.
Es muy probable que todos sepan que
el gato puede ver cosas, invisibles para los ojos humanos. Esto sucede porque
las percepciones de los gatos están a una mayor altura que las de los hombres,
en el «teclado», y pueden ver continuamente el astral; de modo que, para un
gato, un viaje por el astral significa lo que para un hombre cruzar la
habitación en que se halla. Procuremos, pues, emular al gato, ya que éste pisa
terreno firme, y nosotros tenemos que Construir el edificio de nuestros
conocimientos metafísicos sobre bases firmes y duraderas.
¿Sabéis cómo una persona consigue el
relajamiento? ¿Os es posible, sin más explicaciones, lograr la flexibilidad,
preparados a recibir impresiones? Es así como debemos hacerlo. Acostaros en una
posición cómoda. Si necesitáis que los brazos estén extendidos — o vuestras
piernas —, hacedlo. Todo el arte del relajamiento se cifra en estar completa y
absolutamente cómodo. Es mejor relajarse a solas, en vuestro dormitorio, puesto
que la mayoría de personas, principalmente si son mujeres, no gustan de que
nadie las vea en actitudes que equivocadamente piensan que son poco graciosas.
Para relajarse, lo mejor es no pensar en posturas graciosas y toda clase de
convencionalismos.
Nos tenemos que imaginar nuestro
cuerpo como una isla poblada por personas muy pequeñas, siempre dóciles a
nuestros mandatos. También se puede pensar, si así gusta, que nuestro cuerpo es
un vasto estado industrial con sus técnicos, altamente instruidos y obedientes,
situados en los distintos controles y 4centros nerviosos» que componen nuestro
cuerpo. Cuando necesitamos relajarnos, diremos a todas esas personas que hay que
cerrar las fábricas, que nuestros deseos actuales son de que nos dejen
tranquilos; de forma que detengan sus máquinas y
Cómodamente acostados, esforcémonos
en imaginar unas huestes de esos diminutos habitantes en los dedos de nuestros
pies, en todo el pie, en las rodillas, por todas partes, en suma. Miremos a
todos ellos, como si fuésemos unos gigantes altos, altos en el cielo, y
entonces dirijámonos a ellos mentalmente.
Ordenémosles que se marchen de
nuestros pies, de nuestras piernas, manos, brazos, etc... Mandémosles que se
congreguen todos juntos en el espacio que va de nuestro ombligo a nuestro
esternón. El esternón, recordamos a los lectores, es el extremo del hueso de
nuestro pecho. Si pasamos nuestros dedos por el medio de nuestro cuerpo, entre
las costillas, encontraremos una especie de barra de un material duro, y que LS
el esternón. Recorreremos un poco más adelante, y el hueso se acaba. Entre
este sitio y el ombligo se halla el espacio designado. Demos la orden, a toda
esta gente diminuta, de concentrarse allí. Imaginémonos que los vemos
marchándose de nuestros miembros, a través del cuerpo, en filas apretadas como
unos trabajadores abandonando una fábrica, muy atareada, al acabar la jornada
de trabajo.
Al llegar al sitio designado, todos
ellos habrán desertado de vuestras piernas y brazos, y de este modo estos
miembros se encontrarán libres de tensión y de sensación alguna, ya que son
estos personajes quienes alimentan las diversas piezas y centros nerviosos de
vuestras maquinarias y las hacen trabajar. Vuestros brazos y piernas no están
precisamente embotados; pero sí libres de sensaciones y de tensión, sin el
menor cansancio. Podéis decir que, por decirlo de esta manera, «no están aquí».
Ahora ya tenemos a todas esas
personas congregadas en el espacio previsto, como un grupo de trabajadores
esperando una reunión política. Contemplémoslos, en imaginación, por unos pocos
momentos y que nuestra mirada los abarque a todos ellos; entonces,
confidencialmente, digámosles que abandonen nuestro cuerpo hasta que no les
demos instrucciones para la vuelta. Ordenémosles que sigan a lo largo de la
Cuerda de Plata, alejándose de nosotros. Nos dejarán tranquilos mientras
meditamos, distendidos.
Pintémonos a nosotros mismos esa
Cuerda de Plata, prolongándose a lo lejos de nuestro cuerpo físico, dentro de
los grandes países del más allá. Figurémonos que dicha cuerda es un túnel como
el de un «metro», e imaginemos que nos hallamos en una de las horas puntas de
una ciudad como Londres, Nueva York o Moscú; imaginemos que todos ellos
abandonan a la vez la ciudad y se dirigen a los suburbios; pensemos en los
trabajadores tomando un tren tras otro y dejando la ciudad tranquila,
relativamente. Haz que esos diminutos personajes hagan lo que a ti te es fácil
con la práctica. Después, te encontrarás sin tensión, en tus nervios no habrá
barullo, y tus músculos estarán relajados. Permanezcamos quietos para que
nuestro pensamiento se paralice. No importa que pensemos algo, si no tiene
importancia alguna, como si no pensásemos. Abandonémonos mientras respiramos
lenta y firmemente y entonces expulsemos esos pensamientos de la misma forma
como hemos expulsado a aquellos «trabajadores de la fábrica».
Los humanos están tan atareados con
sus pequeños pensamientos insignificantes que no les queda tiempo para
dedicarlo a las grandes cosas de la Vida Mayor. Se preguntan cuándo se
efectuará una determinada venta, o tal o cual acontecimiento de la televisión
que no les queda tiempo para tratar de lo que realmente importa. Todas esas
cosas mundanas y cotidianas son completamente triviales. ¿Qué puede importar
dentro de cincuenta años que Fulano y Zutano vendan piezas de ropa a precio
inferior al actual? Pero, sí importa dentro de cincuenta años los progresos que
consigamos realizar ahora. Porque hay que tener bien fija en la cabeza esta
verdad: ni un solo hombre, ni una sola mujer, ha conseguido nunca llevarse un
solo céntimo más allá de esta vida. En cambio, todo hombre y toda mujer se
llevan consigo los conocimientos que han adquirido en esta vida a la vida
posterior. asta es la razón de que nosotros estemos en este mundo; y el que
nosotros nos esforcemos para ganar conocimientos que valgan la pena con vistas
al más allá, o tan sólo cultivemos inútiles confusionismos y pensamientos
dispares, es un problema que debe ser examinado con toda atención.
Por eso, el
presente curso es útil a todos nosotros; afecta, por entero, a nuestro
porvenir.
El pensamiento — la razón —
es lo que mantiene a los seres humanos en una posición inferior. Los hombres
hablan de su razón y dicen que ella los distingue de los animales; ¡los
distingue, en efecto! ¿Qué clase de criaturas, sino las humanas, lanzan bombas
atómicas a las demás? ¿Qué otras criaturas destripan a los prisioneros de
guerra o les privan de las cosas más elementales que les pertenecen? ¿Puede
imaginarse una criatura si no es al hombre que mutila a varones y hembras de
una manera tan espectacular? Los seres humanos, a despecho de su decantada
superioridad son, en muchos aspectos, más bajos que los más bajos animales del
campo. ¡Es por esto que los seres humanos tienen escalas de valores
equivocados; anhelan el dinero, los objetos materiales de esta vida mundanal,
cuando lo que importa, después de esta vida, son las cosas inmateriales que
intentamos inculcar a los que nos leen!
Expulsad vuestros pensamientos,
ahora que estáis distendidos; abrid vuestra mente, que sea receptiva. Si
queréis seguir vuestras prácticas, es preciso expulsar los inútiles,
interminables pensamientos que se amontonan dentro de vosotros. Si lo
conseguís, veréis realidades ciertas; veréis cosas en diferentes planos de la
existencia; pero esas cosas son tan completamente ajenas a la vida terrenal —
agradablemente ajenas — que no tenemos palabras concretas con las
que describir lo abstracto.
Sólo se necesita práctica para que,
incluso, os sea posible ver las cosas del futuro.
Ciertos grandes hombres, con cerrar
los ojos por unos momentos pueden volverlos a abrir completamente rehechos de
sus fatigas, y con la inspiración brillando en su vista. Estas personas son
aquellas que pueden expulsar todos sus pensamientos cuando quieren, y entrar en
comunicación con el conocimiento de las esferas. También lo podremos llegar a
hacer nosotros, con la práctica.
Es, ciertamente, una cosa muy
funesta, para todos aquellos que anhelan un desarrollo espiritual, el vicio de
extraviarse por los ordinarios, inútiles y vanos vericuetos de la vida social.
Los cócteles son el peor pasatiempo que podemos imaginarnos para quienes ansían
desarrollarse espiritualmente. Bebida, espíritus y alcohol desarreglan nuestros
juicios psíquicos; incluso pueden arrastrarnos a las capas inferiores del
astral, donde podemos ser atormentados por entes que se deleitan aprisionando a
los hombres en zonas donde no pueden ni pensar claramente. A tales entes
inferiores les resulta divertido el juego.
Las reuniones, y los usuales actos
sociales, a base de charlas donde personas que no piensan nada se divierten
hablando sin cesar, procurando disimular la vaciedad de sus respectivas mentes,
son un espectáculo penoso para todos cuantos se esfuerzan en realizar progresos.
Sólo podremos avanzar si nos desembarazamos de esta turba de gente frívola,
cuyos pensamientos principales son cuántos cócteles pueden beber en una
reunión, si no prefieren hablar neciamente sobre las cosas que le ocurren al
prójimo.
Nosotros creemos en la comunión de
las almas; creemos que dos personas pueden estar juntas en silencio; pero
comunicándose telepáticamente por «simpatía». El pensamiento de uno provoca la
respuesta del otro. Se ha observado que a veces una pareja muy anciana que han
estado ligados el uno con el otro, como lo son marido y mujer, pueden
anticiparse mutuamente los pensamientos de ambos. Estas personas ancianas,
ligadas por un amor firme, no entablan jamás charlas sin sentido, o vanas
palabrerías; permanecen sentadas la una al lado de la otra, mandándose
recíproca y silenciosamente mensajes que fluyen de cada uno de sus respectivos
cerebros. Ambos han aprendido demasiado tarde los beneficios que puede
reportamos una comunión silenciosa de dos almas. Demasiado tarde, porque los ancianos,
literalmente, se encuentran al fin del viaje de la vida. Vosotros tenéis que
empezar en la juventud.
Es posible para un pequeño grupo,
por medio del pensamiento constructivo, alterar la marcha de los
acontecimientos mundiales. Por desgracia, no es nada fácil reunir un pequeño
grupo de personas que sean tan poco egoístas y tan poco egocéntricas para que
alejen de sí todo pensamiento egoísta y se concentren sólo en el bien del
mundo. Afirmamos ahora que si el estudiante y sus amigos quieren formar un círculo,
sentados cada uno confortablemente, de cara los unos a los otros, podrán hacer
un gran bien, no sólo a si mismos, sino a todos los demás hombres.
Para estas sesiones, cada persona —
hombre o mujer —, debe tener los dedos tocándose el uno al otro. Cada
uno debe tener sus manos enlazadas. No deben tocarse las personas, los Unos con
los otros; antes bien, cada uno debe ser una unidad física separada. Recordemos
los viejos judíos, los auténticos viejos judíos; ellos sabían que cuando
trataban un negocio, debían permanecer de pie, con los pies juntos y las manos
enlazadas, porque así se conservan las fuerzas vitales del cuerpo. Un viejo
judío, intentando concluir un negocio grandemente beneficioso para él, sabe
que se llevará la mejor parte si conserva esta actitud particular, y su
contrincante, no. Él no adopta esta actitud por baja adulación, como más de una
persona se imagina, sino porque conoce que así conserva y utiliza las energías
de su cuerpo. Cuando ha logrado su objetivo, entonces puede separar las manos y
los pies, ya que no le hacen falta las fuerzas para el «ataque», siendo ya él
el vencedor. Una vez alcanzado el fin que se proponía, puede permanecer
distendido.
Si cada uno de vuestro grupo
mantiene los pies y manos juntos, cada uno conserva toda su energía corporal.
Es lo mismo que hacemos cuando tenemos un imán y situamos una barra de hierro
sobre ambos polos del mismo, que haga de «conservador» de la fuerza magnética,
sin la cual el imán no sería más que un trozo de metal inútil. Vuestro grupo
deberá sentarse en círculo, más o menos mirando el espacio al centro de dicho
círculo, preferiblemente en el piso, porque así las cabezas estarán ligeramente
apuntadas hacia abajo, lo que es más reposado y natural. Nadie tiene que
hablar, sino permanecer sentado. Asegurémonos de que nadie hablará.
Habréis ya decidido sobre el tema de los pensamientos, de manera que sobran las
palabras.
Gradualmente, cada uno de los reunidos experimentara una gran paz
interior, como si fuese bañado por una luz interior. Os visitará una
iluminación firmemente espiritual; sentiréis que formáis «Uno con el Universo».
Los servicios religiosos se proponen
este fin. Recordemos que los antiguos sacerdotes de todas las iglesias fueron
grandes psicólogos. Sabían cómo formular las cosas, en orden a obtener los
resultados que se deseaban. Es también un fenómeno conocido que no se puede
tener a un grupo de gente quieto sin una constante dirección; por eso hay
música y pensamiento dirigido en la estructura de las oraciones. Si un sacerdote
cualquiera permanece de pie en un sitio al que se dirigen todas las miradas y
pronuncia determinadas palabras, entonces gana la atención de todos los allí
reunidos, que se sienten dirigidos hacia un determinado fin. Es ésta una forma
inferior de practicar esas cosas; pero es indispensable cuando se trata de
conseguir un efecto de masa sobre unos grupos de personas que no dedican el
tiempo o la energía necesaria para llegar a un más alto nivel en la línea
espiritual de la vida. Vosotros podréis, si ponéis toda vuestra voluntad,
llegar a mayores resultados sentados en un pequeño grupo, y observando
silencio.
Permaneced sentados sin hablar,
mirando de relajaros, cada uno de vosotros reflexionando sobre pensamientos
puros alrededor del tema designado. Nada de pensar en las cuentas del tendero,
que aún no se han pagado, ni cuáles serán las modas que van a venir para la
temporada próxima. Pensad, en su lugar, en acrecer el número de vuestras
vibraciones para que así os sea posible daros cuenta de la bondad y grandeza
que se adivinan en la vida venidera.
Hablamos demasiado, todos nosotros,
y permitimos que nuestros cerebros se agiten como unas máquinas sin
pensamiento. Si nos distendemos, si estamos más horas solos y hablamos menos
cuando estamos en compañía de otros, entonces fluirán dentro de nuestras almas
pensamientos de una pureza que no podíamos sospechar y que elevarán nuestros
espíritus. Algunas personas que tiempos atrás vivieron en las soledades del
campo, haciendo vida solitaria, tuvieron una mayor pureza de pensamiento que
jamás tuvieron las personas de todas las ciudades del mundo. Pastores sin
ninguna formación han llegado a un grado mayor de pureza espiritual que el que
alcanzaron muchos sacerdotes del más alto grado. Esto era debido a que tenían
tiempo para estar solos, tiempo para meditar, y cuando se cansaban de meditar,
sus mentes les quedaban «en blanco» y así los más grandes pensamientos del «más
allá», podían penetrar en sus cerebros.
¿Por qué no nos ejercitamos
diariamente? Podemos estar sentados o recostados, mientras nos sintamos
cómodos. Dejemos que nuestra mente esté en reposo. Recordemos, «Estáte callado
y conoce que Yo soy Dios», y otra sentencia, «Estáte en silencio y sabe que Yo
estoy dentro». Ejercitémosnos de esta manera: permanezcamos libres de
pensamientos, de preocupaciones o dudas, y notaremos que, en el intervalo de un
mes, estaremos más equilibrados y llenos de ánimo, seremos absolutamente otra
persona.
No podemos terminar esta lección sin
referirnos una vez mas a las reuniones y a la yana palabrería. En algunas
escuelas de urbanidad mundana se enseña que debemos cultivar la conversación
superficial, si queremos ser unos buenos anfitriones. La idea en cuestión
parece consistir, aproximadamente, en que los invitados no deben ser dejados ni
un momento en silencio, en el caso de que los pensamientos de los mismos sean
sombríos y su aspecto exterior agitado. Nosotros, al contrario, sabemos que
proporcionando silencio les procuramos uno de los más preciosos bienes de la
Tierra, porque en el mundo moderno el silencio no se encuentra en parte alguna;
el tráfico es constante y estruendoso; el continuo zumbido de los aviones sobre
nuestras cabezas y, por encima de todo, el trompetear insensato de la radio y
la televisión, forman un clima de estrépito insoportable. Esto puede provocar
una nueva caída del Hombre. Nosotros, proporcionándonos un oasis de quietud,
podemos hacer mucho para nosotros mismos y por la humanidad, amiga nuestra.
¿Queréis intentarlo por un solo día,
y veréis la tranquilidad que se alcanza? Os daréis cuenta de lo poco que hay
que hablar. Decid solamente lo indispensable y evitad lo sin interés, lo que es
puro comadreo y charla. Si lo hacéis de una manera consciente y deliberada,
quedaréis sorprendidos, al cabo del día, de lo que normalmente habláis sin que
tenga el menor interés ni significado.
Hemos visto una gran cantidad de
cosas acerca de la charla y del ruido, y si queréis practicar el silencio, os
habréis dado cuenta de que, en este punto, tenemos toda la razón. Varias de las
órdenes religiosas son órdenes de silencio; religiosos y monjas obedecen al
mandamiento del silencio. Los superiores lo han ordenado, no como un castigo,
sino porque saben que solamente dentro del silencio podemos percibir las voces
del Grande Más Allá.
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