jueves, 15 de marzo de 2012

EL ENTRENAMIENTO METAFÍSICO



Resulta mucho más fácil emprender viajes astrales, practicar la clarividencia y semejantes empresas metafísicas si el individuo se ha preparado previamente sobre una base adecuada. El entrenamiento metafísico necesita práctica, reiterada y constante. No es posible, con sólo leer unas pocas instrucciones, ponerse inmediatamente, y sin ninguna ejercitación, a viajar por el astral en largas excursiones. Hay que ejercitarse sin cesar un momento.

Nadie puede esperar que brote un jardín sin que se hayan plantado semillas en un suelo preparado. No sería usual ver una hermosa rosa crecida sobre una piedra granítica. Por eso mismo, está claro, no se puede esperar obtener la clarividencia, ni cualquier arte oculta, que florezca en nosotros cuando la mente está cerrada a cal y canto, con nuestro cerebro en continuo alboroto de pensamientos mal ligados entre sí. Más adelante trataremos con más extensión de la quietud, ya que en nuestros días una batahola de pensamientos insignificantes y el continuo estrépito de la radio y la televisión, en realidad ahogan nuestros talentos metafísicos.

Los sabios antiguos nos predicaban: «Estad callados y conoced que Yo estoy dentro de vosotros». Estos sabios dedicaban casi la vida entera a la investigación metafísica, antes que escribir una sola palabra sobre el papel. Además, se retiraban a parajes solitarios, donde no resonasen los ruidos de la llamada civilización; sitios libres de toda distracción, donde no se podían llenar ni baldes ni botellas. Nosotros tenemos la ventaja de que nos podemos beneficiar de las experiencias que aquellos antiguos realizaron en vida, y de las ventajas de que disfrutaron, sin tener que gastar la mayor parte de nuestra vida estudiando. Si sois espíritus serios — y si no lo fueseis no leeríais este libro necesitáis prepararos para estar dispuestos al rápido desarrollo de vuestras facultades y al conocimiento del mejor camino para realizar, ante todo, la distensión.

Pocas personas conocen el sentido de la palabra «relajamiento», o distensión. Muchos piensan que arrellanándose en una butaca ya basta; pero no es así. Relajarse significa que todo nuestro cuerpo sea flexible. Hay que estar seguro de que todos los músculos se encuentran libres de toda tensión. Lo mejor es estudiar cómo hacen los gatos cuando están en perfecto reposo. El gato llega, da unas pocas vueltas y se deja caer como un bulto inerte, más o menos informe. El gato no se molesta por si algunos pocos centímetros de su pierna quedan al descubierto, ni si su aspecto es poco elegante; simplemente, se echa a reposar y todo su pensamiento se cifra en la relajación. Un gato puede dejarse caer al suelo y quedarse al instante dormido.

Es muy probable que todos sepan que el gato puede ver cosas, invisibles para los ojos humanos. Esto sucede porque las percepciones de los gatos están a una mayor altura que las de los hombres, en el «teclado», y pueden ver continuamente el astral; de modo que, para un gato, un viaje por el astral significa lo que para un hombre cruzar la habitación en que se halla. Procuremos, pues, emular al gato, ya que éste pisa terreno firme, y nosotros tenemos que Construir el edificio de nuestros conocimientos metafísicos sobre bases firmes y duraderas.

¿Sabéis cómo una persona consigue el relajamiento? ¿Os es posible, sin más explicaciones, lograr la flexibilidad, preparados a recibir impresiones? Es así como debemos hacerlo. Acostaros en una posición cómoda. Si necesitáis que los brazos estén extendidos — o vuestras piernas —, hacedlo. Todo el arte del relajamiento se cifra en estar completa y absolutamente cómodo. Es mejor relajarse a solas, en vuestro dormitorio, puesto que la mayoría de personas, principalmente si son mujeres, no gustan de que nadie las vea en actitudes que equivocadamente piensan que son poco graciosas. Para relajarse, lo mejor es no pensar en posturas graciosas y toda clase de convencionalismos.

Nos tenemos que imaginar nuestro cuerpo como una isla poblada por personas muy pequeñas, siempre dóciles a nuestros mandatos. También se puede pensar, si así gusta, que nuestro cuerpo es un vasto estado industrial con sus técnicos, altamente instruidos y obedientes, situados en los distintos controles y 4centros nerviosos» que componen nuestro cuerpo. Cuando necesitamos relajarnos, diremos a todas esas personas que hay que cerrar las fábricas, que nuestros deseos actuales son de que nos dejen tranquilos; de forma que detengan sus máquinas y

Cómodamente acostados, esforcémonos en imaginar unas huestes de esos diminutos habitantes en los dedos de nuestros pies, en todo el pie, en las rodillas, por todas partes, en suma. Miremos a todos ellos, como si fuésemos unos gigantes altos, altos en el cielo, y entonces dirijámonos a ellos mentalmente. 

Ordenémosles que se marchen de nuestros pies, de nuestras piernas, manos, brazos, etc... Mandémosles que se congreguen todos juntos en el espacio que va de nuestro ombligo a nuestro esternón. El esternón, recordamos a los lectores, es el extremo del hueso de nuestro pecho. Si pasamos nuestros dedos por el medio de nuestro cuerpo, entre las costillas, encontraremos una especie de barra de un material duro, y que LS el esternón. Recorreremos un poco más adelante, y el hueso se acaba. Entre este sitio y el ombligo se halla el espacio designado. Demos la orden, a toda esta gente diminuta, de concentrarse allí. Imaginémonos que los vemos marchándose de nuestros miembros, a través del cuerpo, en filas apretadas como unos trabajadores abandonando una fábrica, muy atareada, al acabar la jornada de trabajo.

Al llegar al sitio designado, todos ellos habrán desertado de vuestras piernas y brazos, y de este modo estos miembros se encontrarán libres de tensión y de sensación alguna, ya que son estos personajes quienes alimentan las diversas piezas y centros nerviosos de vuestras maquinarias y las hacen trabajar. Vuestros brazos y piernas no están precisamente embotados; pero sí libres de sensaciones y de tensión, sin el menor cansancio. Podéis decir que, por decirlo de esta manera, «no están aquí».

Ahora ya tenemos a todas esas personas congregadas en el espacio previsto, como un grupo de trabajadores esperando una reunión política. Contemplémoslos, en imaginación, por unos pocos momentos y que nuestra mirada los abarque a todos ellos; entonces, confidencialmente, digámosles que abandonen nuestro cuerpo hasta que no les demos instrucciones para la vuelta. Ordenémosles que sigan a lo largo de la Cuerda de Plata, alejándose de nosotros. Nos dejarán tranquilos mientras meditamos, distendidos.

Pintémonos a nosotros mismos esa Cuerda de Plata, prolongándose a lo lejos de nuestro cuerpo físico, dentro de los grandes países del más allá. Figurémonos que dicha cuerda es un túnel como el de un «metro», e imaginemos que nos hallamos en una de las horas puntas de una ciudad como Londres, Nueva York o Moscú; imaginemos que todos ellos abandonan a la vez la ciudad y se dirigen a los suburbios; pensemos en los trabajadores tomando un tren tras otro y dejando la ciudad tranquila, relativamente. Haz que esos diminutos personajes hagan lo que a ti te es fácil con la práctica. Después, te encontrarás sin tensión, en tus nervios no habrá barullo, y tus músculos estarán relajados. Permanezcamos quietos para que nuestro pensamiento se paralice. No importa que pensemos algo, si no tiene importancia alguna, como si no pensásemos. Abandonémonos mientras respiramos lenta y firmemente y entonces expulsemos esos pensamientos de la misma forma como hemos expulsado a aquellos «trabajadores de la fábrica».

Los humanos están tan atareados con sus pequeños pensamientos insignificantes que no les queda tiempo para dedicarlo a las grandes cosas de la Vida Mayor. Se preguntan cuándo se efectuará una determinada venta, o tal o cual acontecimiento de la televisión que no les queda tiempo para tratar de lo que realmente importa. Todas esas cosas mundanas y cotidianas son completamente triviales. ¿Qué puede importar dentro de cincuenta años que Fulano y Zutano vendan piezas de ropa a precio inferior al actual? Pero, sí importa dentro de cincuenta años los progresos que consigamos realizar ahora. Porque hay que tener bien fija en la cabeza esta verdad: ni un solo hombre, ni una sola mujer, ha conseguido nunca llevarse un solo céntimo más allá de esta vida. En cambio, todo hombre y toda mujer se llevan consigo los conocimientos que han adquirido en esta vida a la vida posterior. asta es la razón de que nosotros estemos en este mundo; y el que nosotros nos esforcemos para ganar conocimientos que valgan la pena con vistas al más allá, o tan sólo cultivemos inútiles confusionismos y pensamientos dispares, es un problema que debe ser examinado con toda atención. 
Por eso, el presente curso es útil a todos nosotros; afecta, por entero, a nuestro porvenir.
El pensamiento la razón — es lo que mantiene a los seres humanos en una posición inferior. Los hombres hablan de su razón y dicen que ella los distingue de los animales; ¡los distingue, en efecto! ¿Qué clase de criaturas, sino las humanas, lanzan bombas atómicas a las demás? ¿Qué otras criaturas destripan a los prisioneros de guerra o les privan de las cosas más elementales que les pertenecen? ¿Puede imaginarse una criatura si no es al hombre que mutila a varones y hembras de una manera tan espectacular? Los seres humanos, a despecho de su decantada superioridad son, en muchos aspectos, más bajos que los más bajos animales del campo. ¡Es por esto que los seres humanos tienen escalas de valores equivocados; anhelan el dinero, los objetos materiales de esta vida mundanal, cuando lo que importa, después de esta vida, son las cosas inmateriales que intentamos inculcar a los que nos leen!

Expulsad vuestros pensamientos, ahora que estáis distendidos; abrid vuestra mente, que sea receptiva. Si queréis seguir vuestras prácticas, es preciso expulsar los inútiles, interminables pensamientos que se amontonan dentro de vosotros. Si lo conseguís, veréis realidades ciertas; veréis cosas en diferentes planos de la existencia; pero esas cosas son tan completamente ajenas a la vida terrenal agradablemente ajenas que no tenemos palabras concretas con las que describir lo abstracto.

Sólo se necesita práctica para que, incluso, os sea posible ver las cosas del futuro.
Ciertos grandes hombres, con cerrar los ojos por unos momentos pueden volverlos a abrir completamente rehechos de sus fatigas, y con la inspiración brillando en su vista. Estas personas son aquellas que pueden expulsar todos sus pensamientos cuando quieren, y entrar en comunicación con el conocimiento de las esferas. También lo podremos llegar a hacer nosotros, con la práctica.

Es, ciertamente, una cosa muy funesta, para todos aquellos que anhelan un desarrollo espiritual, el vicio de extraviarse por los ordinarios, inútiles y vanos vericuetos de la vida social. Los cócteles son el peor pasatiempo que podemos imaginarnos para quienes ansían desarrollarse espiritualmente. Bebida, espíritus y alcohol desarreglan nuestros juicios psíquicos; incluso pueden arrastrarnos a las capas inferiores del astral, donde podemos ser atormentados por entes que se deleitan aprisionando a los hombres en zonas donde no pueden ni pensar claramente. A tales entes inferiores les resulta divertido el juego.

Las reuniones, y los usuales actos sociales, a base de charlas donde personas que no piensan nada se divierten hablando sin cesar, procurando disimular la vaciedad de sus respectivas mentes, son un espectáculo penoso para todos cuantos se esfuerzan en realizar progresos. Sólo podremos avanzar si nos desembarazamos de esta turba de gente frívola, cuyos pensamientos principales son cuántos cócteles pueden beber en una reunión, si no prefieren hablar neciamente sobre las cosas que le ocurren al prójimo.

Nosotros creemos en la comunión de las almas; creemos que dos personas pueden estar juntas en silencio; pero comunicándose telepáticamente por «simpatía». El pensamiento de uno provoca la respuesta del otro. Se ha observado que a veces una pareja muy anciana que han estado ligados el uno con el otro, como lo son marido y mujer, pueden anticiparse mutuamente los pensamientos de ambos. Estas personas ancianas, ligadas por un amor firme, no entablan jamás charlas sin sentido, o vanas palabrerías; permanecen sentadas la una al lado de la otra, mandándose recíproca y silenciosamente mensajes que fluyen de cada uno de sus respectivos cerebros. Ambos han aprendido demasiado tarde los beneficios que puede reportamos una comunión silenciosa de dos almas. Demasiado tarde, porque los ancianos, literalmente, se encuentran al fin del viaje de la vida. Vosotros tenéis que empezar en la juventud.

Es posible para un pequeño grupo, por medio del pensamiento constructivo, alterar la marcha de los acontecimientos mundiales. Por desgracia, no es nada fácil reunir un pequeño grupo de personas que sean tan poco egoístas y tan poco egocéntricas para que alejen de sí todo pensamiento egoísta y se concentren sólo en el bien del mundo. Afirmamos ahora que si el estudiante y sus amigos quieren formar un círculo, sentados cada uno confortablemente, de cara los unos a los otros, podrán hacer un gran bien, no sólo a si mismos, sino a todos los demás hombres.

Para estas sesiones, cada persona — hombre o mujer —, debe tener los dedos tocándose el uno al otro. Cada uno debe tener sus manos enlazadas. No deben tocarse las personas, los Unos con los otros; antes bien, cada uno debe ser una unidad física separada. Recordemos los viejos judíos, los auténticos viejos judíos; ellos sabían que cuando trataban un negocio, debían permanecer de pie, con los pies juntos y las manos enlazadas, porque así se conservan las fuerzas vitales del cuerpo. Un viejo judío, intentando concluir un negocio grandemente beneficioso para él, sabe que se llevará la mejor parte si conserva esta actitud particular, y su contrincante, no. Él no adopta esta actitud por baja adulación, como más de una persona se imagina, sino porque conoce que así conserva y utiliza las energías de su cuerpo. Cuando ha logrado su objetivo, entonces puede separar las manos y los pies, ya que no le hacen falta las fuerzas para el «ataque», siendo ya él el vencedor. Una vez alcanzado el fin que se proponía, puede permanecer distendido.

Si cada uno de vuestro grupo mantiene los pies y manos juntos, cada uno conserva toda su energía corporal. Es lo mismo que hacemos cuando tenemos un imán y situamos una barra de hierro sobre ambos polos del mismo, que haga de «conservador» de la fuerza magnética, sin la cual el imán no sería más que un trozo de metal inútil. Vuestro grupo deberá sentarse en círculo, más o menos mirando el espacio al centro de dicho círculo, preferiblemente en el piso, porque así las cabezas estarán ligeramente apuntadas hacia abajo, lo que es más reposado y natural. Nadie tiene que hablar, sino permanecer sentado. Asegurémonos de que nadie hablará. Habréis ya decidido sobre el tema de los pensamientos, de manera que sobran las palabras. 

Gradualmente, cada uno de los reunidos experimentara una gran paz interior, como si fuese bañado por una luz interior. Os visitará una iluminación firmemente espiritual; sentiréis que formáis «Uno con el Universo».
Los servicios religiosos se proponen este fin. Recordemos que los antiguos sacerdotes de todas las iglesias fueron grandes psicólogos. Sabían cómo formular las cosas, en orden a obtener los resultados que se deseaban. Es también un fenómeno conocido que no se puede tener a un grupo de gente quieto sin una constante dirección; por eso hay música y pensamiento dirigido en la estructura de las oraciones. Si un sacerdote cualquiera permanece de pie en un sitio al que se dirigen todas las miradas y pronuncia determinadas palabras, entonces gana la atención de todos los allí reunidos, que se sienten dirigidos hacia un determinado fin. Es ésta una forma inferior de practicar esas cosas; pero es indispensable cuando se trata de conseguir un efecto de masa sobre unos grupos de personas que no dedican el tiempo o la energía necesaria para llegar a un más alto nivel en la línea espiritual de la vida. Vosotros podréis, si ponéis toda vuestra voluntad, llegar a mayores resultados sentados en un pequeño grupo, y observando silencio.

Permaneced sentados sin hablar, mirando de relajaros, cada uno de vosotros reflexionando sobre pensamientos puros alrededor del tema designado. Nada de pensar en las cuentas del tendero, que aún no se han pagado, ni cuáles serán las modas que van a venir para la temporada próxima. Pensad, en su lugar, en acrecer el número de vuestras vibraciones para que así os sea posible daros cuenta de la bondad y grandeza que se adivinan en la vida venidera.

Hablamos demasiado, todos nosotros, y permitimos que nuestros cerebros se agiten como unas máquinas sin pensamiento. Si nos distendemos, si estamos más horas solos y hablamos menos cuando estamos en compañía de otros, entonces fluirán dentro de nuestras almas pensamientos de una pureza que no podíamos sospechar y que elevarán nuestros espíritus. Algunas personas que tiempos atrás vivieron en las soledades del campo, haciendo vida solitaria, tuvieron una mayor pureza de pensamiento que jamás tuvieron las personas de todas las ciudades del mundo. Pastores sin ninguna formación han llegado a un grado mayor de pureza espiritual que el que alcanzaron muchos sacerdotes del más alto grado. Esto era debido a que tenían tiempo para estar solos, tiempo para meditar, y cuando se cansaban de meditar, sus mentes les quedaban «en blanco» y así los más grandes pensamientos del «más allá», podían penetrar en sus cerebros.

¿Por qué no nos ejercitamos diariamente? Podemos estar sentados o recostados, mientras nos sintamos cómodos. Dejemos que nuestra mente esté en reposo. Recordemos, «Estáte callado y conoce que Yo soy Dios», y otra sentencia, «Estáte en silencio y sabe que Yo estoy dentro». Ejercitémosnos de esta manera: permanezcamos libres de pensamientos, de preocupaciones o dudas, y notaremos que, en el intervalo de un mes, estaremos más equilibrados y llenos de ánimo, seremos absolutamente otra persona.

No podemos terminar esta lección sin referirnos una vez mas a las reuniones y a la yana palabrería. En algunas escuelas de urbanidad mundana se enseña que debemos cultivar la conversación superficial, si queremos ser unos buenos anfitriones. La idea en cuestión parece consistir, aproximadamente, en que los invitados no deben ser dejados ni un momento en silencio, en el caso de que los pensamientos de los mismos sean sombríos y su aspecto exterior agitado. Nosotros, al contrario, sabemos que proporcionando silencio les procuramos uno de los más preciosos bienes de la Tierra, porque en el mundo moderno el silencio no se encuentra en parte alguna; el tráfico es constante y estruendoso; el continuo zumbido de los aviones sobre nuestras cabezas y, por encima de todo, el trompetear insensato de la radio y la televisión, forman un clima de estrépito insoportable. Esto puede provocar una nueva caída del Hombre. Nosotros, proporcionándonos un oasis de quietud, podemos hacer mucho para nosotros mismos y por la humanidad, amiga nuestra.

¿Queréis intentarlo por un solo día, y veréis la tranquilidad que se alcanza? Os daréis cuenta de lo poco que hay que hablar. Decid solamente lo indispensable y evitad lo sin interés, lo que es puro comadreo y charla. Si lo hacéis de una manera consciente y deliberada, quedaréis sorprendidos, al cabo del día, de lo que normalmente habláis sin que tenga el menor interés ni significado.

Hemos visto una gran cantidad de cosas acerca de la charla y del ruido, y si queréis practicar el silencio, os habréis dado cuenta de que, en este punto, tenemos toda la razón. Varias de las órdenes religiosas son órdenes de silencio; religiosos y monjas obedecen al mandamiento del silencio. Los superiores lo han ordenado, no como un castigo, sino porque saben que solamente dentro del silencio podemos percibir las voces del Grande Más Allá.

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