miércoles, 14 de marzo de 2012

La brutalidad interna del producto

¿Qué pasa cuando la impunidad conveniente se esconde tras los indicadores macroeconómicos y hace añicos el contrato social? ¿Qué nos queda cuando la opción individual decide arremeter contra la brutalidad interna del producto?

La brutalidad interna del producto


Ocurrió en la esquina de casa. Cuatro adolescentes asaltaron a un joven en plena tarde y huyeron sobre dos pequeños motores. El joven sufría su segundo asalto en apenas horas. Ciego de furor, logró abordar su vehículo, perseguir a los ladrones y embestirlos con tal violencia, que dejó a tres de ellos instantáneamente muertos sobre el pavimento.
¿Terrible, no? Pues solo es un detalle en esa trama de violencia que viven día a día las calles dominicanas. De las personas con las cuales he hablado sobre el suceso (casi todas cultas, leídas), como mínimo el noventa por ciento aprobó entusiasmada la reacción del joven. Probablemente la inmensa mayoría de la población nacional opine así mismo: Tomarse la justicia por su mano no solo es correcto, sino que además merece aplauso.
No creo necesario explicar lo que significa esa manera de pensar para la salud de cualquier grupo social. Y ya ven, tampoco me es posible condenarla a rajatabla. Ese joven, que pudo ser mi hijo o usted mismo, es otra víctima de la impunidad conveniente, una enfermedad fomentada desde el afán de poder y dinero que roe los huesos de la sociedad dominicana. En este caso, el furor incontrolable de la víctima convertida en victimario brota de una desoladora indefensión y se dimensiona a través de la impotencia. Él sabe (como sabemos todos) que esos jovencísimos delincuentes operan a la luz del día, pistola en mano y con la complicidad de los agentes policiales. Solo cuando no pagan a tiempo o cuando se hacen demasiado notorios, la institución llamada a mantener el orden los ajusticia a través de los famosos “intercambios de disparos”, que les impiden se sometidos a la justicia y, por tanto, la oportunidad de revelar las interioridades de ese contubernio rateril.
La impunidad conveniente, transformada en pragmatismo social, es la más fértil fuente de violencia generalizada. Se sabe que el transporte público dominicano es de pésima calidad, abusivo y hostil; pero nadie quiere echarse en contra a los empresarios del transporte disfrazados de sindicalistas. Se sabe que los políticos van a los cargos públicos a enriquecerse, que muchos de ellos están vinculados a los viajes ilegales hacia Puerto Rico, la droga o el lavado de dinero; pero nadie quiere enfrentar un sistema de caudillos que, salvando las distancias, difiere muy poco de las prácticas que tipificaron a Desiderio Arias y compañía… Casi lo mismo podría afirmarse sobre la seguridad social, la educación, la salud y tantas otras áreas de la estructura social dominicana.
Cada uno de los últimos años, el Gobierno de la isla nos ha mostrado en un rapto de alborozo cómo crece el Producto Interno Bruto nacional, mientras la crisis afuera no respeta ni al pipisigallo. El juego de ocultos proviene de asumir que entre ese crecimiento y el desarrollo de la sociedad existe una relación automática. Si vamos creer en las cifras absolutas, Cuba exhibía uno de los crecimientos del PIB más notables y la menor inflación en América Latina durante los años cincuenta. ¿Cómo se explica entonces el entusiasmo con que la inmensa mayoría de la sociedad cubana respaldó el delirio transformador de la revolución a finales de esa década?
Regresando al territorio nacional, fue una situación de descreimiento, escepticismo e impunidad semejantes la que usufructuó Trujillo cuando capitalizó el poder dominicano a finales de los años veinte del siglo pasado. Son esas mismas situaciones las que capitalizan hoy los líderes populistas latinoamericanos para vender utopías que, curiosamente, solo resultan alcanzables si ellos se mantienen en el poder.
Cuando las cifras macroeconómicas no se leen solamente en términos absolutos, sino desde la perspectiva de la inequidad, la desprotección, la corrupción y la negación de derechos, entonces se hace visible con toda su fuerza la brutalidad interna del producto. Porque, si el equilibrio social no existe y el contrato colectivo quiebra, lo único que queda es la opción individual; esto es, arremeter contra la impotencia, no importa lo que ocurra luego. ¿Estamos advertidos?
http://palabrasdelquenoesta.blogspot.com/

No hay comentarios: