¿Qué
pasa cuando la impunidad conveniente se esconde tras los indicadores
macroeconómicos y hace añicos el contrato social? ¿Qué nos queda cuando
la opción individual decide arremeter contra la brutalidad interna del
producto?
La brutalidad interna del producto
Ocurrió en la
esquina de casa. Cuatro adolescentes asaltaron a un joven en plena tarde
y huyeron sobre dos pequeños motores. El joven sufría su segundo asalto
en apenas horas. Ciego de furor, logró abordar su vehículo, perseguir a
los ladrones y embestirlos con tal violencia, que dejó a tres de ellos
instantáneamente muertos sobre el pavimento.
¿Terrible, no?
Pues solo es un detalle en esa trama de violencia que viven día a día
las calles dominicanas. De las personas con las cuales he hablado sobre
el suceso (casi todas cultas, leídas), como mínimo el noventa por ciento
aprobó entusiasmada la reacción del joven. Probablemente la inmensa
mayoría de la población nacional opine así mismo: Tomarse la justicia
por su mano no solo es correcto, sino que además merece aplauso.
No creo necesario
explicar lo que significa esa manera de pensar para la salud de
cualquier grupo social. Y ya ven, tampoco me es posible condenarla a
rajatabla. Ese joven, que pudo ser mi hijo o usted mismo, es otra
víctima de la impunidad conveniente,
una enfermedad fomentada desde el afán de poder y dinero que roe los
huesos de la sociedad dominicana. En este caso, el furor incontrolable
de la víctima convertida en victimario brota de una desoladora
indefensión y se dimensiona a través de la impotencia. Él sabe (como
sabemos todos) que esos jovencísimos delincuentes operan a la luz del
día, pistola en mano y con la complicidad de los agentes policiales.
Solo cuando no pagan a tiempo o cuando se hacen demasiado notorios, la
institución llamada a mantener el orden los ajusticia a través de los
famosos “intercambios de disparos”, que les impiden se sometidos a la
justicia y, por tanto, la oportunidad de revelar las interioridades de
ese contubernio rateril.
La impunidad
conveniente, transformada en pragmatismo social, es la más fértil fuente
de violencia generalizada. Se sabe que el transporte público dominicano
es de pésima calidad, abusivo y hostil; pero nadie quiere echarse en
contra a los empresarios del transporte disfrazados de sindicalistas. Se
sabe que los políticos van a los cargos públicos a enriquecerse, que
muchos de ellos están vinculados a los viajes ilegales hacia Puerto
Rico, la droga o el lavado de dinero; pero nadie quiere enfrentar un
sistema de caudillos que, salvando las distancias, difiere muy poco de
las prácticas que tipificaron a Desiderio Arias y compañía… Casi lo
mismo podría afirmarse sobre la seguridad social, la educación, la salud
y tantas otras áreas de la estructura social dominicana.
Cada uno de los
últimos años, el Gobierno de la isla nos ha mostrado en un rapto de
alborozo cómo crece el Producto Interno Bruto nacional, mientras la
crisis afuera no respeta ni al pipisigallo. El juego de ocultos proviene
de asumir que entre ese crecimiento y el desarrollo de la sociedad
existe una relación automática. Si vamos creer en las cifras absolutas,
Cuba exhibía uno de los crecimientos del PIB más notables y la menor
inflación en América Latina durante los años cincuenta. ¿Cómo se explica
entonces el entusiasmo con que la inmensa mayoría de la sociedad cubana
respaldó el delirio transformador de la revolución a finales de esa
década?
Regresando al
territorio nacional, fue una situación de descreimiento, escepticismo e
impunidad semejantes la que usufructuó Trujillo cuando capitalizó el
poder dominicano a finales de los años veinte del siglo pasado. Son esas
mismas situaciones las que capitalizan hoy los líderes populistas
latinoamericanos para vender utopías que, curiosamente, solo resultan
alcanzables si ellos se mantienen en el poder.
Cuando las cifras
macroeconómicas no se leen solamente en términos absolutos, sino desde
la perspectiva de la inequidad, la desprotección, la corrupción y la
negación de derechos, entonces se hace visible con toda su fuerza la brutalidad interna del producto.
Porque, si el equilibrio social no existe y el contrato colectivo
quiebra, lo único que queda es la opción individual; esto es, arremeter
contra la impotencia, no importa lo que ocurra luego. ¿Estamos
advertidos?
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